Razones para creer: salir a comer fuera

En tiempos de crisis uno de los sectores más afectados y que generalmente más suelen olvidar las encuestas y los expertos en economía es el de la infancia. Algunos gestos anónimos nos invitan a creer en que todo es posible y que el compromiso, el trabajo duro y la solidaridad serán las vías para afrontar la situación actual y para ayudar a las clases más desfavorecidas.

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David Fernández

Desde hace ya unos cuantos meses y en lo poquito que llevamos de año la absoluta protagonista de televisiones, radios, periódicos y cualquier tertulia de café es la crisis.

Cada cifra o nuevo dato que aparece nos habla de lo complicado de la situación financiera actual y de los grandes esfuerzos individuales y colectivos que deberemos afrontar para poder remontar el vuelo.

Ante esta situación parece que toca apretarse el cinturón, trabajar duro y no perder la esperanza. No resulta, por tanto, extraño que la firma de refrescos más conocida del mundo haya decidido eliminar de su campaña de fin de año los motivos eminentemente navideños y sustituirlos por un esperanzador "Razones para creer", donde podemos encontrar algunas noticias ocurridas durante el pasado año, repletas de gestos y acciones honradas, desinteresadas, que nos invitan a creer en algo más importante que cifras y datos: el ser humano.

Al margen de los ejemplos que allí podemos encontrar, ha habido un caso que ha llamado poderosamente mi atención y que pude leer durante estas pasadas navidades.

En Vigo existe un comedor social en el barrio de Teis donde cada día acuden más familias de lo que antes podríamos denominar como clase media. Una clase media que empobrecida por la pérdida del trabajo, necesita recurrir cada vez más a estos centros para poder subsistir.

 

La particularidad de este lugar la encontramos en el cuidado que pone cada uno de los voluntarios que atiende este centro, en donde se mima cada detalle para que los niños que acuden con sus familias no se den cuenta de que se trata de una institución benéfica.

En lo que un día fue el salón para fumadores de un antiguo asador, se ha habilitado un espacio reservado para las familias que acuden con niños. Allí todo tiene que parecer idéntico a un restaurante. Para lograrlo, los voluntarios funcionan como camareros y así sirven y retiran cada plato de la mesa, se preocupan por consultar si la comida ha sido de su gusto y en lugar del melocotón de lata que tomarán de postre en el comedor general, en este espacio se les canta a los niños una modesta carta, para que puedan escoger entre el flan, helado, fruta y demás postres procedentes de las donaciones de las empresas de la ciudad.

Así, lo que muchos niños podrían vivir como una situación dramática, quedará en un sábado o domingo que salieron a comer "de restaurante" con sus padres.

La situación me recuerda mucho a la que se vive en la película "La vida es bella" del director/actor Roberto Benigni, donde Guido, un italiano descendiente de judíos es deportado junto a su hijo pequeño a un campo de concentración durante la II Guerra Mundial.

 

Guido logra que su hijo pase por esta situación sin ningún trauma y finalmente logra que sobreviva ya que le hace creer mediante juegos y bromas que toda esa situación se trata de un concurso donde deben reunir mil puntos para conseguir como premio un tanque blindado que les servirá para irse de allí y reencontrarse con su madre.

Desde el punto de vista más científico podríamos analizar el cómo con una pequeña modificación o alteración de una situación podemos hacer percibir a un individuo una realidad completamente diferente, pero en esta ocasión, ya que hablamos de esperanza y de motivos para creer en un futuro mejor, prefiero centrarme en otro tipo de reflexión, mucho menos analítica y mucho menos profunda, tal y como dice otro conocido anuncio de refrescos:

"El ser humano es extraordinario"

 

Información extraida de "La Voz de Galicia": consultar noticia.

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