Sell me the pen!

Vivimos en un mundo extenuado en dar respuestas que se vuelven obsoletas en cuanto se formulan. Así, cuando creemos tener todas las respuestas caemos en la cuenta de que hemos olvidado el sentido de las preguntas.

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Juan Miguel Santiago Mellado

 

 "¿Por qué no lo vieron venir?", esta pregunta tan ingenua como pertinente fue la que formuló la Reina de Inglaterra a la Academia Británica meses después de que estallara la burbuja pongan-ustedes-el-adjetivo en septiembre de 2008. Uno se imagina a los profesores de la London School of Economics devanándose los sesos para articular una respuesta sencilla pero certera, incontrovertible, que satisficiera las regias expectativas. Así, el 22 julio de 2009, treinta y cinco de los más destacados economistas británicos responden prácticamente lo siguiente: "¡Huy! Confundimos una Burbuja grandota con un Feliz Mundo Nuevo".

Conmovedor. A estas alturas de la película quizás haya que prescindir de esa rama de la Ciencia Ficción en que algunos han convertido la Economía y frecuentar más el cine los domingos. De modo que, en parte por cumplir con alguno de los propósitos para el año nuevo que sistemáticamente boicoteamos, en parte porque éste en concreto no implica sudar y beber agua, fui a ver la última película de Martin Scorsese, Wolf of Wall Street (El lobo de Wall Street). Otra película más -dirán- sobre la catarsis colectiva en que hemos convertido la crisis económica. Y sí -acertarán-, pero yo vengo a hablar de una secuencia en particular que, como si de una pregunta de la Reina de Inglaterra se tratase, apunta en la dirección correcta por todos los motivos equivocados.

 

Todo empieza con una propuesta. Jordan Belfor, futuro magnate de las finanzas, está tratando de levantar su delirante y lucrativo negocio en una cafetería de Long Island. Sosteniendo un bolígrafo con la mano izquierda sobre una mesa repleta de grasas saturadas reta a sus futuros empleados del siguiente modo: ¡Véndeme el boli! Dos horas después, hacia el final de la película, el ex broker, ex presidiario y politoxicómano padre de familia Jordan Belfor reconvertido en conferenciante inaugura su alocución planteando el mismo ejercicio a su audiencia. ¡Véndeme el boli!

Todas las réplicas van en la misma dirección: oh, es un boli fabuloso mira... a mí me encanta... funciona a la perfección... con él puedes escribir muchas cosas... En definitiva, tratan de despertar el deseo de su letargo estéril. Una estrategia mucho más efectiva es la variante aportada por Brad en la cafetería mientras se desespera ante la indiferencia de una camarera que olvida traerle más ketchup. Brad, capaz de venderte cualquier cosa, toma el bolígrafo que le ofrece Jordan e inmediatamente le pide que escriba su nombre en la servilleta. Ahí lo tienes amigo, oferta y demanda. Más allá de coquetear con el deseo, Brad genera una necesidad. Del mismo modo que los economistas británicos concluyeron que el error fatal había consistido en caer en la trampa de su propia retórica, Scorsese no escatima artillería para plantearnos un interrogante: ¿por qué?

Recuerdo perfectamente cómo de niño era capaz de encadenar un "por qué" tras otro hasta formar un bucle perfecto que ningún adulto conseguía resolver del todo. Quizás esta pregunta mágica está perdiendo sus interlocutores válidos. Quizás los padres se han cansado de improvisar respuestas. Quizás los niños olvidaron cómo se formulan las preguntas.

¿No será todo ya cuestión de imperativos?

 

 


Curiosidad: Se observa un error de racord cuando al cambiar de plano DiCaprio pasa a utilizar la mano derecha cuando en el plano frontal sujeta el bolígrafo con la derecha.

 

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