El síndrome de  nada es suficiente  

Construimos expectativas en torno a lo que otros deberían hacer, cómo deberían comportarse, cómo debería parecer nuestra vida y lo que hacemos,  todo ello no es más que una proyección personal.

 

 

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Nuria Fernández López

El psicólogo Nathaniel Branden habla del síndrome del "nada es suficiente" que vendría a ser la incapacidad de muchos de estar satisfechos con lo que tienen o con quien son, y por derivada con lo que pasa en sus vidas.
No dejo de sorprenderme, imagino que como muchos, de ver a mi alrededor a personas a las que les va razonablemente bien la vida y aun así, persisten en el drama y el desasosiego continuo.

El pero, la pega, y la parte del vaso vacía son sus opciones.

Hay una tendencia a la perversión de los hechos en el ser humano, que no sé si tendrá alguna explicación desde el punto de vista evolutivo, pero que ahí está. Parece como si tuviéramos una especie de tara que nos impulsa a que ante dos hechos ocurridos en un mismo día, momento, circunstancia, etc, visionemos en términos generales de mayor magnitud el negativo que el positivo, ya sé que la variabilidad individual marca la diferencia. 

Para William James, padre de la psicología norteamericana, la autoestima es el elemento modulador clave entre el éxito y las aspiraciones, entre lo bien que hacemos las cosas y la intención/deseo que tenemos de hacerlas. En otras palabras, si aspiro a ganar la medalla de oro olímpica y acabo llevándome a casa la de plata, mi autoestima caerá en picado. Pero si a lo único que aspiro es a participar en las olimpiadas y acabo ganando la medalla de bronce, mi autoestima aumentará. Cuestión de expectativas.

Este fenómeno no sólo se aplica a la gestión de las expectativas personales, sino también a lo que esperamos de los demás. Y aquí se raya lo sobrenatural ya que, ¿qué probabilidad tenemos de responder en contenido, forma, modo y tiempo a lo que el otro espera?. En este punto es en donde la decepción es bidireccional, en el sentido de que nos sentimos decepcionados cuando hacemos o decimos algo que esperamos tenga un impacto y consecuencia en el otro y comprobamos que nada más lejos de la realidad, y viceversa,  el otro hace o deshace con su mejor intención y nosotros nos quedamos con la peor de las sensaciones, o en un punto en el  continuo de malestar, pero casi siempre tirando hacia "lo peor".
Y es aquí donde la palma se la llevan las buenas intenciones, hacer o decir algo con una buena intención, incluso la mejor del mundo, no es en absoluto garantía de "felicidad","satisfacción","agradecimiento","reconocimiento" del otro, hasta es posible que lo hecho con buena intención, "la mejor del mundo" se perciba como un "agrabio", "despreocupación","desinterés", etc, así es la capacidad del ser humano para gestionar  y desvirtuar lo que acontece a su alrededor.

Y volviendo al punto de partida, todo ello no está relacionado con otra cosa más que con la forma en que uno gestiona sus propias expectativas y es capaz de valorar en su justa medida aquello que le toca vivir. Y en esta valoración siempre resultará más beneficiosa a nivel emocional y relacional la visión del vaso medio lleno, ya que nos predispone a nosotros y a nuestro entorno hacia la cosecha de acontecimientos positivos, con el impacto que esto supone en el día a día.

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