?Qué valor tienen las cosas?

"Sólo el necio confunde valor y precio". (Quevedo)

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Patricia Lanza

 

Si algo tienen los programas de tele-realidad es que te permiten ver que de todo hay en el mundo (y, de paso, que se puede hacer un programa de televisión de cualquier cosa). El otro día di con uno que trata sobre una tienda de compra-venta de ropa y complementos de segunda mano. Lo peculiar es que eran artículos de lujo. Así, nada más encender la tele me encontré con una discusión entre dos de los vendedores sobre el precio que iban a ponerle a unos zapatos. Discutían sobre si debían venderlos por 300 ó 500 dólares. Si tenemos en cuenta que jamás en mi vida pagaría 500 dólares por unos zapatos nuevos, ni hablamos de unos de segunda mano (qué le vamos a hacer, soy un poco escrupulosa).

Empiezas a comprender cómo es posible que alguien pague tanto por eso cuando escuchas la siguiente conversación. En este caso el tema que estaban tratando era un evento benéfico que estaban organizando para ayudar a las víctimas del terremoto de Haití. La cosa era más o menos así:

  • "Lo que teníamos que enviar son unos bolsos de Prada."
  • "Bueno, es posible que les interese más la comida."
  • "¡Pero si viven en una isla! Esas mujeres estarán aburridas de ver siempre los mismos bolsos. Lo que necesitan son unos bolsos de Prada que se sientan mejor."

Dicho esto, empiezas a entender cuáles son los valores y prioridades que manejan. Y de ahí, directamente, se deduce por qué se pone el precio que se ponen a esos artículos.

Y es que, en el fondo, el valor de las cosas no está en el artículo en sí, sino en muchos otros aspectos. Todos sabemos que las marcas se pagan. Asumimos que el gasto en marketing y publicidad, que la exclusividad y muchas otras cosas es lo que aporta esa "plusvalía" en una sociedad como la nuestra donde las necesidades primarias están más que cubiertas para mucha gente.

A día de hoy nadie trabajaría ya por sal, como hacían los soldados romanos. Y aunque el término salario haya derivado de esa forma de pago, a día de hoy preferimos el dinero que, a fin de cuentas, es un buen refuerzo secundario. Es decir, algo que en sí mismo no tiene mucho valor (los billetes de la Casa de la Moneda no son necesariamente más bonitos que los del Monopoli), pero que permiten canjearlos por esas cosas qué sí nos interesan a cada uno de nosotros (comida, una casa, un coche, un viaje, medicamentos, formación...). De hecho, la sal la encontramos en cualquier supermercado a un precio irrisorio. Por eso ya nadie trabajaría por sal.

De este modo, elegimos trabajar por dinero. Y una vez hemos conseguido ese bien preciado lo siguiente es determinar en qué gastarlo. Es una gran ventaja disponer de algo como los euros, que tienen la capacidad de permitir intercambiarlo por casi cualquier cosa en todo momento y hasta en un montón de países. Así estamos seguros que nuestras necesidades e intereses, siempre cambiantes, pueden verse cubiertos.

Cuando ya sabemos en qué lo vamos a gastar tenemos que decidir cuánto estamos dispuestos a pagar por eso que nos interesa. Si quiero unos zapatos, puedo decidir gastarme 20 euros o 1000. Es en este punto en el que entran en juego aspectos como la imagen de marca, que favorece que algo cuyo precio real (materiales y coste de producción) sea X, se multiplique por las veces que se desee.

No es fácil lograr que podamos incrementar tanto el valor de algo. Las empresas invierten muchos recursos para conseguirlo. Por eso me llamó tanto la atención la noticia de que un carrito de bebé de segunda mano, viejo y sucio, que originalmente se había comprado por 500 euros, se estaba vendiendo por 200.000. ¿Cómo es posible?

Pues todo surge a raíz de la capacidad de un británico de 39 para desarrollar un anuncio en eBay tan original que se ha convertido en viral. Si bien es probable que muchas de las pujas sean falsas, lo que es innegable es que ha logrado darle al artículo ese valor extra.

El vendedor explica que "Representa el fin de mi vida sin niños, que era una vida feliz, low cost y libre de preocupaciones". Y lo describe  como "ese monstruo verde que me alegrará ver salir de mi casa para no volver" y sobre el cual sus hijos "han vertido casi todo tipo de fluidos corporales conocidos por la ciencia (y algunos aún por descubrir)" y que "también absorbe su propio peso en potitos y barro".

Desde luego, la descripción no sólo no llama a gastarse una alta suma de dinero en ello. Incluso parece que podría generar rechazo. Pero en este caso a la gente le ha llamado la atención la sinceridad y creatividad del anuncio, y es por eso por lo que están dispuestos a pagar. Y es que al final, cada uno da valor a lo que quiere.

 

 

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