La quejas también afectan a nuestro cerebro

La queja es una condición de pasividad frente a los problemas y un estado de malestar que tiende a perpetuarse.

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Nuria Fernández López

Hay situaciones en la vida en las que la queja y el lamento son no sólo inevitables, sino hasta cierto punto catárticas. Todos podemos rápidamente identificar de qué tipo de situaciones hablamos,  una enfermedad, muerte, pérdida de empleo, separación, etc. Sin embargo y paradójicamente hay  toda una serie de situaciones que no teniendo una motivación real y objetiva acaban produciendo tanto daño o incluso más que las anteriores.

Algunas personas hacen de la queja  su "modus vivendi",  y piensan que el resto están obligadas a escucharlas una y otra vez.

Lo cierto es que nos toca vivir un momento en donde la queja forma parte de la rutina diaria. Estamos bombardeados por noticias que nos muestran situaciones lamentables ante las cuales es difícil permanecer impasible,  las exigencias laborales cada vez mayores nos llevan a convivir con jefes estresados,  compañeros malhumorados, además de  las problemáticas personales, pérdidas,  enfermedades y demás situaciones que pueden llegan a ser asfixiantes.

Ante semejante  perspectiva tenemos dos opciones:

  • analizar cada situación y buscar la salida más apropiada
  • resistirnos y adoptar la posición de queja.

Si la queja es algo puntual  o vinculada a un hecho concreto y objetivo,  no hay que darle más importancia, el problema se presenta  cuando se convierte en un hábito que nos limita en nuestras posibilidades y genera  rechazo y una actitud negativa en quienes nos rodean.

Aunque en algunos casos podamos pensar que la queja tiene un efecto catártico frente a las presiones,  puede convertirse, en otros muchos  sin que nos demos cuenta, en un hábito que repetimos como un círculo vicioso y que con el tiempo se convertirá en la respuesta automática frente a las dificultades.

 

Según algunas investigaciones  la queja acarrea además consecuencias físicas reales para nuestro cerebro, de la frecuencia e intensidad emocional con la que nos quejemos dependerá que nuestro cerebro sufra cambios significativos a nivel neurológico. Esto se debe a que durante esta condición de frustración e impotencia constantes, el cerebro libera hormonas como la noradrenalina, cortisol y adrenalina que terminan por alterar su funcionamiento normal.

 

La queja es una forma de condicionarnos negativamente que genera rechazo en los demás y termina por deteriorar nuestras relaciones familiares, de pareja o laborales, etc, pero más allá de todo esto, algunos científicos afirman, incluso, que estar expuestos de manera reiterativa a la queja, deteriora o elimina las conexiones neuronales presentes en el hipocampo de nuestro cerebro, zona  precisamente  encargada de encontrar soluciones a los problemas que nos aquejan.

La energía que desperdiciamos en quejarnos puede ser la que  necesitemos para superar la adversidad,  tiendo en cuenta que las cosas difícilmente serán lo que nosotros queremos que sean, tal vez frustrarse y amargarse por lo que escapa a nuestro control,  y que no cambiará,  no sea la opción más rentable. Quizá resulte además de más  rentable, más sano, intentar adoptar una  actitud más flexible que nos permita tener mejores opciones en nuestra vida.

Como punto de partida para superar este hábito tan desgastante para uno mismo y para los demás podemos comenzar  por analizar los problemas desde la perspectiva del  ¿qué podemos hacer, cómo y cuándo?, además de aprender a interpretar o reinterpretar los acontecimientos en clave menos destructiva y más propositiva. 

 

 

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