Inteligencia emocional: arrogancia y cambio

"Cuando los dioses querían destruir a un ser humano le convertían en arrogante y así se destruía a él mismo". Socrates

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Nuria Fernández López

En la era de la adaptabilidad al cambio, la arrogancia se ha convertido en nuestro peor enemigo. Impide la autoevaluación y el autoconocimiento, bloquea la empatía, la escucha, además de la habilidad de comprensión y colaboración.

Su característica fundamental es que inhabilita para escuchar, aprender y cambiar. Condena a los que tienen este rasgo a la ceguera emocional, por la dificultad a nivel de gestión emocional que implica, además de suponer una gran merma en la capacidad de adaptación al cambio.

Es bastante normal que pensemos que los demás tienen falsas percepciones sobre si mismos, que se sobrevaloran, se infravaloran o que desconocen las consecuencias de sus puntos débiles. Pero eso que en los demás nos parece tan obvio, frecuentemente pensamos que no va con nosotros.

Ya en múltiples anteriores ocasiones hemos comentado como nuestro cerebro nos engaña muy a menudo, nuestras percepciones son muy subjetivas, nos hace percibir la realidad como más nos conviene y una de las principales áreas sobre la que nos engaña nuestro cerebro, es sobre nosotros mismos. La razón fundamental es que nuestro cerebro es un órgano que no está diseñado para buscar la verdad, sino que fue diseñado para ayudarnos a sobrevivir, pero en entornos que eran más estables, no tan dinámicos como el actual.

El principal reto al que todos nos enfrentamos es la reinvención constante para adaptarnos a nuevos entornos innovadores, muy competitivos y con una gran velocidad de cambio. Esto exige una gran capacidad crítica, de autoevaluación y autoanálisis, que es precisamente lo que la arrogancia bloquea.

 

 

Daniel Goleman señalaba dos tipos de inteligencia, la interpersonal (centrada en las relaciones con los demás) y la intrapersonal, que sería la capacidad de formar un modelo realista y preciso de uno mismo, teniendo acceso a los propios sentimientos y emociones, utilizándolos como guías en la conducta.

La arrogancia está relacionada directamente con la inteligencia intrapersonal, limita nuestra capacidad perceptiva y empática, impide aprender de nuestros errores, provoca errores de atribución, impide escuchar las opiniones de otros, conversar productivamente, impacta negativamente en otras competencias emocionales que nos permiten controlar nuestras emociones, sentimientos y motivaciones, afectando a la comprensión de relaciones sociales, la colaboración o el conflicto.

En el otro lado de la balanza, como mecanismo compensatorio, tenemos la humildad de asumir que podemos estar equivocados, y de buscar otros ojos y espejos, que nos ayuden a comprender la realidad de una forma más integral, lo que impactará en nuestra capacidad de adaptación, evolución, cambio y transformación sin la cual nuestra "ceguera emocional" está garantizada.

 

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